martes, 2 de diciembre de 2014

ESCANDALOSA RIQUEZA, TRISTÍSIMA POBREZA

LAS FILAS DE LA VERGÜENZA
Ahora que se acercan las "Fiestas Comerciales de Invierno", algunos le siguen llamando "Navidad", rescato este artículo de Marpalabra, como máxima expresión del acontecer triste y penoso de una sociedad que considerándose civilizada, marca su hábitat y se desenvuelve utilizando la ley de la selva, la ley del mas fuerte, en este caso económicamente hablando.
Dicen que en este país somos muy aficionados a hacer colas. Para el cine, para el fútbol, para un concierto. Supongo que esta afición es universal cuando lo que se desea es conseguir algo deseado por muchos, algo que necesitamos de forma imperiosa e inmediata y es cubrir nuestra primera necesitad y la mas básica, la alimentación, o mejor dicho para muchos cientos de miles de familias: satisfacer "el hambre".

Entonces las colas se vuelven tristes, penosas, vejatorias, sufridas, si, esas colas en los comedores sociales, o en el banco de alimentos o en las oficinas del INEM, colas que debieran llenar de vergüenza a nuestros políticos, a nuestro gobierno, porque son las colas de la infamia, donde se refleja una sociedad injusta, abrumadoramente desigual, una sociedad infame e incivilizada, una sociedad cavernícola que permite que unos pocos acaparen y acumulen la riqueza que por propio derecho corresponde a millones de seres humanos y siembre unas diferencias sociales y económicas escandalosas e infames.
Pero si observamos la situación actual. con un poco de conciencia y sensibilidad por el dolor ajeno, no deja de entrar un escalofrío en la piel , y se nos encoge el alma cuando vemos que la fila está compuesta por estómagos vacíos, niños hambrientos, viejos desahuciados, mujeres desheredadas de la mas mínima solidaridad humana, cuando la fila la compone el hambre multiplicada por sí misma hasta alcanzar cifras longitudinales que pesan sobre los esquemas del pueblo desarrollado que somos. 
Y sentimos verdadera vergüenza cuando eso pasa en las filas de países prósperos, de economías florecientes, que ocupamos uno de los primeros en el rankin de países industrializados. 
Y no podemos dejar de revolvernos en nuestras pesadillas socio económicas, cuando nuestros políticos se ufanan de ello, de un crecimiento económico superior al de muchos pueblos europeos, con una prima de riesgo que baja, con un déficit amparado por el artículo 135 de la Constitución hecho a imagen y semejanza de una deuda soportada por méritos propios o impuesta por la usura ajena. 
Les confieso que me sobrepasan ciertas coordenadas y por eso no las nombro, porque su nombre mancha, infecta y destruye el tejido del alma.
Filas de hambrientos. Recuerdo aquellas huchas cuando niño. Donativos para los negritos, para convertirlos al catolicismo y darles de comer. Y nos ponían filminas con vientres hinchados, pieles infantiles pero ya viejos, mujeres jóvenes con pechos de setenta años, hombres apoyando su debilidad en árboles desconocidos.
Había que convertirlos a la verdad única porque fuera de la iglesia no había salvación y había que darles de comer porque dios no entra en almas con estómagos dilatados por el hambre, en pezones secos, en muslos sin carne para la caricia.
Ya no hay huchas con cabezas de negritos. Ahora todo se desarrolla con higiene y hasta elegancia en las catedrales del consumo, porque es de una desvergüenza total que en un país que se está desahuciando a la gente y donde la pobreza infantil ya sufre de hambruna, donde a millones de parados no les llega ingreso alguno, se prepara la gran campaña comercial de las fiestas navideñas para estimular el consumo de aquellos afortunados de la diosa fortuna a los que ha favorecido el Dios "Dinero"y no se repara en gastar cifras escandalosas de euros en dicha campaña o anunciar la misma fiesta comercial de invierno con una exagerada cantidad de adornos y lucecitas navideñas casi 2 meses antes, sin tener la mas mínima solidaridad, ni espíritu navideño, sin pensar que ese dinero se podría gastar en tantas familias que no podrán celebrar la navidad por falta de recursos económicos, que no podrán encender la calefacción, por no poder pagar la luz, que no podrán llevar juguetes a sus hijos o sus nietos, porque hay que destinar ese dinero a cubrir la alimentación de supervivencia. Es un sinsentido y una barbaridad, para una sociedad que se dice civilizada.
Pero ahora la solidaridad y la caridad se disfraza de voluntarios que llevan plastificados unos dorsales elegantes, para ofrecer comida que viene enlatada y limpia como si en cada bolsa hubieran metido un detergente invisible. 
Y dan gusto los macarrones, las lechugas, los flanes que saben a salado por las lágrimas derramas al tomarlos, porque esta, no es el hambre miserable del tercer mundo, esta es el hambre elegante del primero.
Y ahora se llaman bancos de alimentos. Me repugna que se denominen bancos. Los bancos son rapiña y no se compadecen con esta generosidad y solidaridad de los que aportan alimentos y de los que emplean su tiempo para preocuparse de los de la fila del hambre.
La fila de estómagos vacíos aumenta. Parados viejos para trabajar, pero jóvenes para estar sin trabajo. Jóvenes sin futuro y mayores sin pasado. Hartos de repartir curriculums y las espaldas cargadas con la respuesta gastada: ya le llamaremos.
 Hogares donde no entra un euro y los niños no desayunan ni comen ni cenan, parejas que no se besan porque tienen los labios cuajados de lágrimas, de angustias, de penas. Viejos que con quinientos euros de pensión hacen sopa de ajos, pero sin ajos y sin huevos porque eso es un lujo para los pobres. Matrimonios que se acarician en un parque porque ella vive con sus padres y él con los suyos. Desahuciados sin un techo para mirarse a los ojos. El frío atado a los huesos porque no hay luz ni gas y hay que taparlo con mantas que dan de vez en cuando en Caritas.
Y la vergüenza de ser pobres. Que no los vea la señora del quinto o el compañero hasta ayer de oficina, de andamio, de camión. Que nadie sepa que tengo hambre y que mis hijos y mi padre y mi suegra tienen hambre. Que no me vean en la fila de los estómagos vacíos porque se me vienen los colores del pudor, del recato, de la ignominia de ser pobre.
¿Cuántos sois? Los que figuran en la ficha (cuando Franco se llamaba cartilla de racionamiento) Seis. Somos seis. Mi marido, mis padres, dos niños y yo. Y el aceite, los macarrones, galletas, leche, naranjas y mortadela. No sientas vergüenza por ser pobre. A mi marido le han dicho que ya lo llamarán. Es mentira. No lo llamarán y ella lo sabe, pero se consuela pensando en el andamio de siempre, en la oficina de siempre, en el camión de siempre. No acepta que serán pobres para siempre.
Y Rajoy diciendo que somos…Y Montoro diciendo que somos…Y De guindos diciendo que somos…Y Cospedal proclamando que tenemos un gobierno que crea empleo. Y Floriano subido a la gloria de Bernini. Y Wert, que si nuestros hijos no estudian es porque gastamos el dinero en tonterías. Y que tenemos una sanidad modélica, aunque hay que co-pagarlo todo, hay que elegir entre el Seretide 500 para respirar o un trozo de pan sin nada dentro.
Una fila de estómagos vacíos. Vacíos de pan, de esperanza, de futuro, de mañana, de luz, de gas. Estómagos huecos. Formando fila porque el hambre también requiere un orden. A ver si esta noche le damos una tortilla francesa partida en tres a los niños y un poco de leche con agua del grifo para que ilusione el sueño helado de la chavalería.
Una fila de estómagos vacíos. La fila de la vergüenza.
Me averguezo de este Gobierno, me averguenzo de estos políticos, me averguenzo de esta sociedad que se dice civilizada, me averguenzo de España, mi España, vuestra España.

De Marpalabra